Una tarde de domingo en Lima
Lima es una ciudad de contrastes, en la que nunca llueve pero hay hermosos jardines llenos de flores de colores por todas partes. Una ciudad clavada en medio del desierto y rodeada de mar. Un lugar lleno de construcciones antiguas, enormes, grisáceas y rusticas junto a edificios modernos llenos de colores, vidrios y adornos. Un espacio donde conviven turistas de todos los colores con más de 8 millones de peruanos. Mientras recorro sus calles no puedo evitar notar un aire medio ficticio, como de querer ser algo que no es, como de parecer una mejor ciudad para los otros, como un “buen” destino turístico. Camino sin destino, no conozco las calles, tampoco tengo un mapa, no quiero preguntarle a nadie. Deambulo dejandome llevar por un instinto de curiosidad, de asombro, de novedad. Intento evitar ser notada, ando despacio, no me detengo en ningún lugar en especial, voy mirando, escuchando, oliendo. Voy en silencio, quiero pasar desapercibida. Estoy en Miraflores, un barrio turístico