Una tarde de domingo en Lima


Lima es una ciudad de contrastes, en la que nunca llueve pero hay hermosos jardines llenos de flores de colores por todas partes. Una ciudad clavada en medio del desierto y rodeada de mar. Un lugar lleno de construcciones antiguas, enormes, grisáceas y rusticas junto a edificios modernos llenos de colores, vidrios y adornos. Un espacio donde conviven turistas de todos los colores con más de 8 millones de peruanos. Mientras recorro sus calles no puedo evitar notar un aire medio ficticio, como de querer ser algo que no es, como de parecer una mejor ciudad para los otros, como un “buen” destino turístico. 

Camino sin destino, no conozco las calles, tampoco tengo un mapa, no quiero preguntarle a nadie. Deambulo dejandome llevar por un instinto de curiosidad, de asombro, de novedad. Intento evitar ser notada, ando despacio, no me detengo en ningún lugar en especial, voy mirando, escuchando, oliendo. Voy en silencio, quiero pasar desapercibida.

Estoy en Miraflores, un barrio turístico y de clase alta. Lleno de hoteles, restaurantes y tiendas. Esquivo algunos centros comerciales y llego a una cuadra llena de artesanía. No tengo dinero ni quiero comprar nada, pero me animo a entrar a un galpón artesanal. Es un poco más del medio día y los 26 grados de temperatura se sienten fuerte hasta en la sombra. Me “atacan” varios vendedores y vendedoras. Es lindisimo el acento peruano y las expresiones que usan las personas para vender. - Hola señorita...sigue linda..entra bonita- no es un tono morboso, es la forma en que ellos hablan, es suave, cantadita, bonita. Sonrío y hago un gesto de negación con la cabeza. Miles de cositas de colores: tejidos, pinturas, cerámicas, cueros y plata de todos los tamaños y formas. Un par de turistas con ojos azules, cabellos rubios, bermudas y havaianas llenan sus maletas con tejidos coloridos en una tienda. Cerca mio una señora de unos 50 o 60 años habla con la que parece ser su hija, de unos 30 años, en quechua. Camino despacio, muy despacio escuchando atenta, no logro entender nada, pero ese ritmo y esas palabras originarias me sacan una gran sonrisa.

Camino por una avenida transitada, rodeada de restaurantes con variedades diferentes de platos. Una mezcla de comida típica y cocina internacional. Menús expuestos en las puertas con versiones en ingles y costos en dolares. Llego a la calle de las pizzas. Un callejón peatonal rodeado de restaurantes elegantes que venden pizzas con nombres rebuscados y todo tipo de ingredientes. Sigo buscando mi rumbo. Un aviso interesante detiene mi paso. “Prohibido abandonar gatos en este lugar”. Y justo debajo del cartel un regordete gato blanco tomando una siesta. Unos pasos más y estoy en el Parque central de Miraflores o parque Kennedy. Extensos jardines entapetados con una grama verde brillante y adornados con Pensamientos de todos los colores a la sombra de grandes arboles, componen el paisaje. Cuando veo uno y otro y otro y luego muchos gatos durmiendo en las ramas de los arboles, o paseándose entre los jardines o jugando sobre el pasto, entiendo el asunto de la prohibición.

El lugar esta lleno, puestos de comidas, parejas sentadas a la sombra de los arboles, niños jugando en la zona de diversiones, familias enteras comprando o comiendo dulces, jóvenes en bicicleta y en tablas, turistas caminando despacio. En el centro hay una plazoleta de artesanías, es mas como un pequeño mercado de pulgas, es un espacio tan pequeñito que casi no se puede caminar sin tumbar las cosas. Al rededor una exposición de pinturas me recuerdan a Guayasamin.

Me siento en una rotula mirando hacia el mercadito. Mientras me como una manzana juego a reconocer el origen de los turistas que pasan por mi frente:

Moreno alto+havaianas+ bermudas+ camiseta de fluminense=brasilero

Grupo de 3 mujeres jovenes con camisas de tiras+havaianas+peinados extra raros cogidos con varias cauchos y hebillas+cabellos oscuros y pieles blancas+ bolsos con mate=Argentinas

Pareja de unos 40 con pantalones North Face+botas columbia+camisetas artesanales peruanas+ojos azules y cabellos rubios+una super cámara que parece con binoculares incluidos= Australianos o estadounidenses

Son casi las 4, regreso por donde vine. Pero algo esta diferente. Varias, en realidad muchas personas están aglomeradas alrededor de un pequeño escenario circular descendente. Me acerco, me inmiscuyo entre la gente hasta que consigo ver. Dos grandes parlantes dejan sonar claramente la voz de Ruben Blades tocando “Mientras duerme la ciudad”. Cientos de personas sentadas en las gradas de cemento miran con atención, ríen, hablan, cantan . Y allá abajo el show: mas de 50 parejas bailando con un swing y una alegría contagiante.

Todos son señores y señoras de más de 60 años, ellas con vestido o falda, ellos con pantalones claros y camisas. Hace calor pero a nadie le importa. Después de Ruben viene Tito Nieves con su “Señora Ley”, cuando termina la canción la gente intenta regresar a su silla, pero empieza de nuevo la música y se arman nuevas parejas. Es sensacional. Unos tienen los ojos cerrados, otros mueven los brazos como remando, hay otro que parece planchando y aquel parece haciendo spinning, una señora parece tocando las maracas y la de más allá parece que se estuviera quedando dormida, pero todos, todos, absolutamente todos sonríen.

De repente quiero tener 60 años o más y estar allí bailando como si nada más importara en la vida. La salsa se convierten en un son, un son cubano famoso. Mientras yo pienso el nombre de la canción allá abajo la fiesta sigue, hay unos que parecen haciendo yoga, otros tai chi, hay quienes parecen en clase de aeróbicos y otros en un medio de un trance religioso. “Me da pena” es el nombre de la canción y aunque yo la conozco en la voz de Compay Segundo, aquí suena en otra voz que no reconozco. 

Una mujer lindisima de unos 67 años luciendo un vestido fucsia y una flor roja en su pelo, baila con un viejito bajito de camisa azul y pantalón negro. Él se mueve de un lado para el otro, la cabeza va a un ritmo, cada mano a otro, las piernas suben y bajan como si estuviera en la recta final de una carrera atlética de 400 metros y su cintura se menea de una manera impresionante. Ella se mueve suave, sus manos al lado de la cadera van y vienen al compas de su cintura que va al son del bongo, da una que otra vuelta y deja que su cabeza se menee  con sensualidad. De repente ella se voltea y le muestra al público,aquella señal con los dedos que todos conocemos de “lo tiene chiquito”, se sonríe y sigue bailando con muchisima gracia.

Del son pasamos a una cumbia peruana que me parece conocida pero no reconozco, la fiesta sigue y sigue, yo no paro de sonreír. Son las 7 de la noche, el sol se ha ido pero la pista queda alumbrada con los faroles del parque. y la danza continúa entre son, salsa, cumbia, tango, bolero y merengue. Debo irme, pero he decidido que quiero que mis tardes de domingo tengan este espíritu, quiero salir a bailar con amigos o desconocidos durante varias horas en medio de un parque, al estilo que yo quiera, sin importarme nada y quiero sonreír y sonreír hasta que se apague la música.... ¡ah claro! y quiero hacer eso hasta cuando tenga más de 60 años como los viejitos de Miraflores en Lima.



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