TAIGA



Eskiandal Paña Palmer, alias Taiga. Una gata singular, como todos los gatos. Una isleña en la nevera, en Bogotá. Nativa de San Andrés y con espíritu San Andresano. Es de azúcar como los isleños, si llueve no sale de la cama y vive al ritmo del sol, como yo, tal vez eso le heredé a los San Andresanos, a la gente del Caribe, o le aprendí a Taiga.

Llegó a mi por casualidad, por descarte, porque no había nadie más que la cuidara y yo tenía muchos ratones en casa. Bueno en realidad no fue casualidad, fue la voluntad casi última de Leono, el  hermoso gato de Mafe, que la escuchó, la encontró, la rescató y después de todo la puso en mis manos. Taiga no tenía ni 2 meses cuando me encontró, yo pasaba por los 22 años. Era horrible, horripilante, la gata más fea que hubiera visto en toda mi vida. Flaca, sin pelo, con una cabeza gigante y cara de loca. Tal vez eso había heredado de su ex-dueño. Un loco que la policía había sacado a la fuerza de una casa al frente de la mía, que se fue sin llevarse nada, ni su gata. 

No la aguantaba. Me pinchaba las ruedas de mi bicicleta todos los días, si TODOS los días. Me cazaba los pies descalzos por toda la casa y no escatimaba en uñas y mordiscos. Ronroneaba como si fuera un camión viejo y para colmo de males le tenía tanto miedo a los ratones. ¡Excelente! ¡Una gata que huye de los pequeños roedores de mi cocina! Eso era justo lo que me faltaba.

Cuando volvía de la calle y la dejaba sola por algún tiempo hacia tanto, pero tanto escándalo que parecía una ambulancia en plena emergencia. Por eso se llamó eskiandal, en creole, la lengua nativa de la isla, porque ella nació al sur de San Andrés y sólo podía ser llamada en creole. Pero era un poco Paña, como le dicen los isleños a los que son del continente, en un tono hasta fuerte. Paña porque vivía en casa de pañas y porque era tan isleña que necesitaba algún vínculo familiar con la gente de allá, de la Colombia continental. Y Palmer porque necesitaba un apellido y Shelly quiso heredarle el suyo.

Pocos conocen su nombre verdadero, como cualquier isleña que se respete, es conocida por su alias. Taiga, como el Tigre al que Anansi la araña de los cuentos del occidente de África y del Caribe, tanto engañaba, al que le robó los cuentos. Taiga, mi Taiga entonces también tiene un origen africano, como buena caribeña.

Como nunca había tenido un gato, Taiga terminó siendo casi como un perro, no ronroneaba y poco a poco dejó de maullar fuerte, apenas hablaba en voz bajita, y así empezamos a tener un dialogo casi silencioso, pero fluido. Por poco y se queda en la isla cuando volví a Bogotá. Pasó una semana perdida, después que la saqué sin delicadeza de cada una de las maletas que empacaba con afán a menos de una hora que saliera el avión. Cuando quise recogerla ya para irnos al aeropuerto había huido. Tal vez porque prefería abandonar que ser abandonada de nuevo. Una comisión de amigos la buscaron por exactos 8 días. Todos hicimos fiesta cuando Fede la encontró, flaca y acabada, pero viva. Llegó a Bogotá casi muerta, la mandaron por carga y cuando la recibí creí que no respiraba, pero estaba viva, en shock pero viva. Desde ese día odia la idea de tener que salir de la casa entre algo encerrado, imagino que el recuerdo del sonido y del frio del avión le erizan la piel.

Sufrió mucho los primeros días, la primera semana, los primeros 4 meses. Pero después le creció el pelo, engordó. Era la caribeña más apetecida de la sábana de Bogotá. Todos la querían y ella queria a unos cuantos.

Se enamoró de un rolo peludo, blanco y de mejor familia. Fue amor a primera vista. Y de ese amor resultaron dos camadas. De la última nació Chiqui. La pequeña y esquiva Chiqui. Que a los pocos meses de nacida superaba a la mamá en sus habilidades de perro. Capturaba y traía la pelota cada vez que era lanzada, respondía con un Miau alegre desde cualquier rincón del mundo y venia enseguida si alguien la llamaba, aún cuando estuviera a punto de cazar algo interesante con lo que jugar.

Aunque se la regalamos a todo el mundo, Chiqui se quedo en casa, porque nunca vinieron a recogerla. Al final le puse un lindo moño rojo en el cuello y se la regalé a mi hermana, la vecina del cuarto de al frente. Y se quedó con nosotros.

Taiga es fantástica, hace lo que quiere, como quiere. Pero sobre todo duerme, entre las camas, en las cobijas, en los brazos de quien quiera alzarla y especialmente al sol. Pero lo que más me sorprende es su ternura particular, la que tiene con los niños, con la gente que la llama, con quienes la queremos.

La última vez que vió a Sombra (la labradora negra más inteligente y bella que alguna vez existió sobre la tierra), ese día en que nuestra sombrita tan enferma salía de urgencias al hospital, se le acercó despacio con su paso elegante, ese que recuerda lo que Jairo Anibal Niño poeticamente decía: que un gato es una gota de tigre; la miró a los ojos, le pasó su cuerpo arqueado por al lado de sus patas, le hizo un sonido suave y acercó su nariz a la nariz de Sombra que estiró su cabeza para alcanzarla. Taiga y Sombra se quedaron ahí un ratico, como recordando aquellas viejas épocas en que jugaban sin parar, o como despidiéndose sin palabras y diciéndose, así con las narices juntas, que se querían.

Así es Taiga. Hermosa. Claro, como buena Gata también es malgeniada y suele hacer advertencias escandalosas, para no ser molestada cuando no lo quiere. Pero la mayor parte de su vida Taiga es una gotica de ternura isleña en medio del continente, que de vez en cuando pasa por el lado, hace algún sonido sutil para llamar la atención, y luego en silencio te regala una linda caricia, como diciendo sin palabras que te quiere y enseñado que para querer a veces sólo hay que llamar sutilmente la atención, compartir un momento de silencio acariciar sincera y transparentemente y quedarse así por un ratico.



Comentários

  1. Está hermosa la única gata a la que le tengo aprecio...que digo aprecio, cariño, se le quiere mucho...

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    1. El colmo si no Shelly si hasta tiene tu apellido!!!! Es un poco de tu familia!! Abrazote de mi parte y Taiga manda un "miau" con cariño.

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