Baleias, Baleias, Baleias

 
La mayor parte del año, las islas Georgias allá en el Atlántico Sur, son el hogar de la ballena Franca, pero en invierno, cuando se pone mucho más frío, ellas migran a la costa Catarinense donde las aguas son más calientes y "tranquilas", para dar a luz a sus "filhotes" y para amamantarlos hasta que tengan un mayor tamaño con el que puedan defenderse solitos de algunos de sus predadores. Comienzan a llegar en agosto y se van a mediados de noviembre. Aunque algunas fueron vistas en los alrededores de Florianópolis suelen estar más entre Imbituba y Garopaba (pequeñas ciudades del litoral catarinenese a un par de horas de floripa). Desde antes que llegaran, en realidad desde el día que me enteré que habían ballenas por aquí cerca, estaba conspirando para verlas y sólo al final de la temporada conseguí una buena secuaz para embarcarme en ese plan.

En Floripa caía un aguacero tremendo y apenas amanecía cuando salimos, y aunque en Garopaba no llovía había un viento fuerte desde el norte que mecía con bravura las pequeñas embarcaciones en la costa y amenazaba seriamente nuestro paseo de avistamiento. Mientras esperábamos que el viento cambiara de rumbo (solo con viento del sur era posible salir) y las nubes negras con cara de aguacero se dispersaban, dimos una vuelta por las calles adoquinadas y tranquilas del pequeño pueblo. A pesar de ser una ciudad turística, poquísimas personas merodeaban las calles y sus alrededores, tal vez porque el domingo era día de votaciones presidenciales y por obligación la gente tendría que quedarse en sus hogares para elegir presidente, o quizás porque la primavera aún no atrae muchas personas, o simplemente porque así  Garopaba es mucho más encantadora.

Lo bueno fue que comenzando la tarde el viento del sur surgió y las nubes negras desaparecieron. ¡Tendríamos paseo!. Un barco mediano a diesel, diez turistas, tres tripulantes y después de cuarenta minutos de un movido trayecto, un poco de mareo generado por el desplazamiento del barco entre el mar agitado y de un buen baño de sol, ahí estaban ellas.
 

Apacibles y silenciosas las baleias francas se deleitaban con las cálidas aguas del atlántico poco profundo. Aunque llegan a los 18 metros de largo sólo dejan ver fuera del agua una parte de la cabeza (que es un cuarto de su tamaño) y un chorro de agua y aire caliente en forma de V que expiden de vez en vez y que con el sol de fondo deja ver el arco iris. Las hembras están siempre con sus ballenatos que son mucho mas pequeños y no pueden sumergirse en el fondo por mas de 6 minutos, razón por la cual nuestras enormes “actrices” hacen un lindo show para todos los espectadores en la superficie. La estrategia es simple, aquel pequeño gigante que nace con casi 5 toneladas y que aumenta su peso en 50 kilos por día, es novato en el mundo y quiere conocerlo todo, su curiosidad lo lleva a acercarse a la embarcación, pero el instinto de conservación de la madre la hace interponerse entre el barco y el filhote, lo cual termina en un función doble a pocos metros o centímetros de la platea principal. ¡Que Gran espectáculo!

Ver, escuchar y sentir de cerca las ballenas es sublime. Seres vivos enormes, tan confortables en medio del océano, a veces sumergiéndose en la oscuridad profunda del mar y otras veces saliendo a respirar sosegados en la superficie, al ritmo de las olas balanceadas por el viento. Contrastante y algo frustrante estar sobre una construcción de madera y cemento, ruidosa y completamente aislada del agua que se enfrenta al viento y a las olas con estruendo y ferocidad. Sobran las ganas de lanzarse al agua y quedarse allí simplemente “siendo” mientras a lo lejos en el horizonte el ocaso le pone otros tonos al panorama.

Una Calda (cola) de cinco metros de una punta a la otra surge de la nada bien cerca de la embarcación y entre el asombro, el estremecimiento y la irrealidad, dimensiono lo alucinante de la situación. Ese “até mais cetáceo”  me deja pensando, ya de regreso a la orilla, en lo insignificante que somos los humanos y en lo hermoso y mágico de estas tierras brasileras, que siempre están llenas de sorpresas a veces pequeñas otras veces enormes y con varias toneladas de peso.


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