Estrenando estaciones y amando el otoño
Si, cambia, todo cambia: las personas, la vida, el mundo y bueno increíblemente también el clima cambia y ¡cómo cambia!. Es obvio dirán ustedes. Pues si, pero a mi me impresiona mucho. En el colegio me enseñaron que existían cuatro estaciones: verano, otoño, invierno y primavera; y que ocurrían cada tres meses, de año en año. Me dijeron que había un solsticio de verano y uno de invierno, que marcaban el inicio de cada una de esas dos estaciones extremas y que en el equinoccio de primavera y de otoño, el día y la noche duraban exactamente lo mismo. Ajá, la lección me la aprendí. Pero por primera vez viví en carne propia, un año en los que cada 3 meses TODO cambia y tengo que aceptar que aún no logro acostumbrarme.
Llegue a Floripa justo en el cambio de estación, pasando del verano para el otoño. Corría el mes de marzo y el ambiente me parecía “veranezco” aún con días soleadísimos y calurosos. Podía salir a la calle con sandalias y falda y apenas al final de la tarde me colocaba un saco delgado o una jata en el cuello. Dormía con una sábana y me ponía un montón de protector solar en casi todo el cuerpo antes de salir a la calle. Era posible estar en las fiestas de la universidad, que suelen ser al aire libre, hasta altas horas de la madrugada sin quejarse por el frio y tomarme unas cervezas o unas caipirinhas frías refrescándome tranquilamente. Salia a correr por las mañanas apenas con camiseta y pantaloneta, aunque no era posible salir después de las 9 am porque corría el riesgo de derretirme por el camino. En clase prendían el aire acondicionado algunas veces, cuando el ambiente estaba muy caluroso o simplemente se dejaban las ventanas abiertas y los ventiladores prendidos para que el aire circulara.
Fue pasando el semestre y el ambiente comenzó a ponerse mas y mas frio, un viento helado apareció de repente zumbando en mi ventana, quebrando mis sombrillas y trayendo suavemente el invierno. Ahí conocí de cerca El Viento del Sur ese al que Sui Generis le pregunta por el destino y que se ha convertido en un buen cómplice en estos tiempos. Terminó el semestre, empezó el invierno y yo me mudé de casa. De los tres meses de invierno, sufrí sólo tres semanas haciendo los trabajos finales de la maestría mientras virava estatua de gelo. Y el resto me lo gocé paseando, viendo las ballenas que frecuentaban las playas de la ilha da magia y saludando pinguinos en las calles.
En agosto comenzó un nuevo semestre y aunque seguia haciendo frío, la tendencia era a calentar. En los intervalos de las clases pude escoger entre chocolate caliente, café y miles de tés con sabores diferentes, para calentarme las manos, y nada mejor que el quentão, la paçoca o pé de muleque para subir las energías. Nadé casi todos los días de invierno, a pesar de la lluvia y el viento helado que se me colaba por todas partes. Y dormí arropadita entre cobijas, cobertores y edredones.
Los días fueron bien cortitos por ese entonces, el sol de las 5 de la tarde que siempre me ha fascinado (especialmente el de Bogotá) se mudó para las 4 y antes de las 6 ya estaba todo oscurísimo. Había que correr con pantalón largo y una chaqueta, para detener el viento. Y mejor que las fiestas de la universidad fueron las noches sentada en un bar escuchando musica en vivo o bailando samba o forro.
A finales de septiembre Floripa se llenó de colores, sabores y olores. Cada esquina de la universidad y de la ciudad parecían fotos de postal retocadas con Fotoshop. Los árboles que antes eran cafés con verde ahora eran fucsias, lilas, rosados o anaranjados y habían miles y miles de pájaros escandalosos por todos los rincones. Oh là là le printemps est arrivé.
El mismo viento del sur que trajo el invierno ahora se llevaba las nueves negras y traía la primavera. Y sí, como en las clásicas películas romanticas cursis, la gente empezaba a enamorarse y andaba mas grudada que nunca. Los dias eran a ser cada vez mas largos y el lindo sol de las 5 volvió a su horario habitual. A finales de octubre el verano, bandido, se colaba entre algunos dias de la primavera y era posible andar en plan de playa, con bikini y todo, aunque el agua del mar seguia congelada (la verdad para mi, una bogotana chibiada, con corazon caribeño el mar de Floripa SIEMPRE esta helado).
Cuando se acabó la primavera y el verano llegó imponente, se terminó mi segundo semestre y el año de clases de mi maestria. Menos mal, porque estudiar es completamente imposible con ese ambiente festivo, caluroso y playero innundando todos los rincones y nublando todas las teorias sociologicas.
El verano es una estación extrema. Fiesta, playa, turistas de todo el mundo, carnaval, baterias de samba por las calles, conciertos y muchos, muchos, muchos trancones (maginen una ciudad hecha para 400 mil habitantes, que repentinamente tiene 1 million de turistas, Ah!!!!). El verano es casi sinónimo de calor extremo, de más de 30 grados, exceso de sol y días que comienzan antes de las 6 de la mañana y se terminan casi a las 9 de la noche. Mejor dicho uma maluquice toda!!
El verano casi que termina con el carnaval, después de la locura carnavalesca de finales de febrero, el ritmo de las cosas empieza a calmarse. Los niños estudian, la universidad comienza, la gente vuelve a sus trabajos, los turistas despejan la isla, los días se acortan de nuevo y regresa el otoño. Oh dulce otoño. Si tengo que escoger una estación me quedo con ésta. Con sus días soleados y lluviosos, fríos y calurosos, azules y grisáceos, perfectos para la playa o para el estudio, para quedarse en casa arrunchado en las cobijas viendo una peli y tomándose un matecito, o para broncearse a la orilla del mar deleitándose con unas caipiras. El otoño florianopolitano es más parecido a mí, cambiante, con un poco de todo, sin grandes extremos y con tardes frescas y ligeras.
Con el otoño también volvió el viento frío, las bergamotas (mandarinas) y los caquis... cumprido verão com saudade de Bergamotas!!! Que cosa extraña que las frutas aparezcan y desaparezcan a lo largo del año, que las comidas en el plato cambien, que tenga que guardar la ropa de las otras estaciones, para hacer espacio en el closet cada 3 meses y que puedan vivir, uno al lado del otro, un arbol de mango y un eucalipto.
Todo porque el tiempo cambia cada tres meses y las personas van mudando de ropa y de rutinas y de ánimos. Y así Floripa va cambiando a su ritmo, haciéndose una ciudad diferente en cada estación, con colores, temperaturas, rutinas y energías distintas y hasta opuestas. Lindo vivir en varias ciudades a la vez... pero la verdad Floripa en otoño es perfecta, absolutamente perfecta...aunque sea por solo unos pocos meses.
Muy interesante tu post. Es muy chévere vivir las estaciones, y son mejores entre más marcadas sean; es decir, entre más lejos de la linea del Ecuador te encuentres. El otoño es muy bonito, principalmente porque el cambio de colores en la naturaleza. Así como en la primavera las plantas 'recobran vida' gracias a una mayor incidencia de rayos solares, en el otoño ellas tienen que protegerse contra diferentes factores abióticos. Existen diversas hipótesis para explicar el cambio de color en las hojas, pero lo más interesante es saber que las plantas están preparándose para el duro invierno que les espera y terminan por absorber al final del otoño todos los nutrientes que tenían en las hojas (por eso caen) para sobrevivir al frío del invierno. Las estaciones son un ciclo fantástico, que si no fuera por nuestra Luna, también no existiría esa armonía en La Tierra.
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