Sanada y salvada por Bosa y por unos locos encantadores

Mis abuelos, mi papá y mis tíos llegaron por cosas de la vida a vivir a Bosa hace ya varios años. En ese entonces era apenas un municipio de Cundinamarca poco habitado y muy rural. Mis abuelos compraron un terreno y construyeron una hermosa casa ladrillo a ladrillo en el centro de Bosa. Unos años después nací yo y pasé algunos años de mi infancia por entre su creciente urbanidad. Algunas de sus esquinas, calles, olores, panaderías, tiendas y paredes guardan consigo un montón de histórias de mis primeros 8 años de vida. Y en la piscina del Colegio Claretiano esta resguardado el primer recuerdo de mi vida...yo tal vez a los 3 años en los brazos de mi mamá con miedo al agua mientras mi papá daba clases de natación.

Volví a Bosa en el 2005, casi 15 años después de que mis abuelos se mudaran, para trabajar con jóvenes de la localidad, justo después de graduarme de la universidad y con la intención de usar lo que había aprendido para ayudar, para mejorar, para aportar en la vida de los chicos y chicas de ese querido pero problemático lugar. Caminar por sus calles, escuchar, oler y solo pasear por Bosa siempre me saca sonrisas, me transporta en el tiempo, me recuerda a la Laura chiquita, que se divertía andando en bicicleta, jugando en una maquina de escribir, escondiéndose debajo de la cama de los abuelos, o caminando de la mano con su tío cantando “Yolanda” a gritos por la calle. Bella Bosa siempre me llena de alegrías.

En el 2006 comencé un proyecto con un grupo de pelados de la localidad, ellos tenían entre 14 y 17 años. La idea era utilizar algunas herramientas de la investigación en ciencias sociales para que los chicos pensaran su realidad, vieran con otros ojos su vida y sus posibilidades y construyeran alternativas de vida mejores. Ahí conocí a varios pelados. Construimos juntos el proyecto, nos inventamos mil cosas diferentes. Jugamos, “investigamos”, nos peleamos, paseamos, armamos un cineclub, aprendimos un poco de clown, de yoga, de música, de recreación, del trabajo, de la vida. Algunos se fueron. Otros se quedaron. De todos me enamoré perdidamente. Han pasado 5 años y siempre seguimos aprehendiendo y creciendo juntos. Cada día están más grandotes, más bonitos, más guerreros, más locos. Se graduaron del colegio. Algunos se fueron para el ejercito, para la policía, para la naval. Luego volvieron. Algunos estudian, todos trabajan. Algunos son padres, otros van a serlo dentro de poco. Son tremendos. Cada día me enamoran más.

Lo cierto es que con ellos me equivoqué. Yo creía que mis condiciones económicas, mis conocimientos, mi forma de ver el mundo, mi “sociología”, mis ganas de ayudar y qué se yo qué más, podía darles una mano y podría cambiarles un poco la vida. ¡Gran error! Fueron ellos los que me salvaron y los que aún me salvan. Es su completa locura la que nivela mi insensata lucidez. Su fuerza, su fortaleza y su verraquera la que me ha enseñado a levantarme y seguir en la juega cada vez que desisto. Es su intensiva terapia de risa la que me cura de angustias y demonios. Son sus locos proyectos, sus grandiosos fracasos y su incontenible energía la que reafirma mis utopías, esas que me hacen seguir andando, caminando, soñando. Es todo ese inmenso cariño que me regalan con sus historias, sus risas, sus abrazos, sus locuras las que me enamoran cada día, de ellos y de la vida. Es la Bosa que llevan dentro, la Bosa que me enseñan, la Bosa que me recuerdan, la que me saca sonrisas, risas y carcajadas, la que me trae la Laura niña, la de 8 años que sigue jugando entre las calles, los recuerdos y la magia.

Gracias chicos por ser maravillosos, por ser guerreros, por ser completamente locos, gracias por todo ese cariño, por toda esa energía y miles, miles y miles de gracias por salvarme, por sanarme y por mantenerme siempre niña. Los quiero infinitamente.