Gatos, amores y despedidas

Lindos, calmados, pacientes, curiosos, cariñosos, libres y voluntariosos. Hay que compartir un tiempo con uno para conocer ese estilo y encanto particular que tienen. Un gato es un pequeño espíritu libre que mira atento y alerta todo lo que pasa a su alrededor, que duerme varias horas por días y juega con cualquier cosa insignificante. Es una gotica de tigre que deambula por el mundo ronroneando de vez en vez cuando se siente cómodo. 

No puedes atrapar o poseer un gato, son por naturaleza libres. No les gusta sentirse encerrados ni muy apretados. No puedes ponerles un collar, ni nada que los asegure fuerte. Puedes intentar moldarlos, cercarlos hacer que sigan ordenes, pero ellos siempre escapan, huyen, se dan mañas para hacer lo que quieren como quieren. 

Yo tuve una gata linda que amé mucho y que hace unos días murió. Lloré y aún lloro de vez en cuando porque ya no puedo tenerla más a mi lado. Porque no puedo molestarla y rascarle el lomo justo encima de la cola hasta que se ponga brava y me haga un “miau” furioso mostrándome los dientes como advertencia. Porque no puedo consentirle con cariño el cuello y bajo las orejas mientas ella cierra los ojos y ronronea bajito. Porque era mi parcerita, mi pequeño pedacito de San Andrés en medio de la cordillera. Porque caminamos juntas un tiempo y nos entendimos, nos conocimos,  nos hablamos sin palabras y compartimos tantos silencios placenteros. Porque ella también me amaba a su manera, tierna dulce y despreocupada. 

No puedes poseer un espíritu libre. Mi gata no era mía. Era del mundo, era de quien la quisiera por un ratico, era del sol, de la isla, de la vida. Era linda. Era mía sólo porque hicimos un trato tácito: yo la amaba y ella me amaba, así de simple. Era mía porque yo era también suya. Yo la quería tal cual como era y ella me amaba incluso cuando me odiaba. Un amor perfecto. Y agradezco mucho a la isla que me la puso en el camino y a ella que decidió quedarse conmigo todos estos años cuando pudo haberse ido. Y la lloro, la pienso y la sigo amando aunque ya no esté más conmigo. 

Hace poco mi camino se cruzó con el de otro espíritu libre con alma de gato. Que duerme varias horas por día y demora un tiempo considerable para despertarse. Que se despereza y se estira todo cada vez que se levanta, que no le gusta tener nada apretado y se da mañas para hacer lo que quiere como quiere, cuando quiere. Un gato curioso, paciente, calmado, que se divierte con cosas pequeñas insignificantes para otros y que también muestra los dientes como advertencia cuando no está a gusto. Que sabe cuando esperar y cuando correr al acecho. Un encanto. Como a mi gata basta acariciarle el cuello y bajo las orejas para que cierre los ojos se acerque y ronronee bajito. Y como mi gata ama a su manera alegre, dulce, tierna y libre. 

Lo bueno de amar un espíritu libre es que ellos vienen, te encantan, te aman se te meten bien adentro y se quedan ahí para siempre, incluso cuando ya no están más contigo. No te pertencen son del mundo, del viento, de la vida, de sus propios destinos y te aman reciprocamente. Nada mejor que amar un gato, porque no hay otra manera de amarlos que como “a un pájaro libre, de libre vuelo” como diría Violeta "como a un pájaro libre, así te quiero".


Comentários

  1. Sinto muito por sua gatinha :(

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  2. Lindo! Pero aún la Taiga hace falta, como mi Fritz, los amigos de cuatro patas con pequeños corazones... como los de dos patas cuando se van llevan un poco de nosotros!

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