Hay que sacarlo todo afuera como la primavera...

…para que adentro nazcan cosas nuevas, dice Piero y no pudo estar más acertado conmigo hoy. 

Salí a nadar después de un día largo y mientras llegaba a la piscina que queda a pocas calles, todo absolutamente todo me cayó encima. Hacía tiempo no me sentía así: triste, sola y lejos… muy lejos. Creo que es la primera vez que me siento así desde que llegué a Floripa y como si hubiera llegado al límite de capacidad, las lágrimas empezaron a sacarlo todo afuera. Llorar tiene esa misma propiedad que la risa, es terapéutica. Nada como llorar un buen rato para sentirse mejor.

Ahora, nadar y llorar es una buena combinación, ya lo había mostrado Juliette Binoche en la primera película de la trilogía de colores de Kieslowski (mi preferida por cierto) y no pude dejar de recordarla mientras recorría la piscina de un lado a otro dejando las lágrimas confundirse en el bonito azul brillante del agua. Sentimientos encontrados. Un montón de detalles pequeños, de frustraciones con el idioma (una cosa es la vida cotidiana y otra escribir trabajos de maestría viviendo en portugués hace apenas cuatro meses), de chascos consiguiendo casa nueva, de desencuentros con las personas que quiero, y claro saudades “de mi pueblo y de mi gente” como bien diría Mercedes.

Salí de nadar cansada y un poco más liviana y mientras caminaba por ahí intentándole dar sentido a las cosas, relativicé todo. Me acordé de otros problemas más complejos, más profundos, más dolorosos de esos que me llevaron por el camino de la sociología, de esos que escuche, entendí y hasta viví en algunos lugares de Colombia donde la guerra y la barbarie han hecho de las suyas. Y luego pensé las personas fuertes grandes verracas, bonitas que me he encontrado por ahí y que sonríen y miran con calma después de afrontarlo todo. Recordé a los y las profes de Florencia Caldas que decidieron quedarse en el corregimiento en medio de las tomas de la guerrilla, entregando a sus alumnos en las manos de sus padres en medio del intercambio de disparos y que además trabajan cada día con entrega y alegría. Pensé en la gente linda de la Comunidad de Cacarica allá en el bajo Atrato, que después de haber sido atacados por los Paras del Elmer Cárdenas en conjunto con la Brigada XVII del ejército y de ver a algunos de los suyos ser decapitados, asesinados a machete, de salir desplazados, de regresar a pesar de las amenazas y presiones, pelean por lo que les pertenece (su tierra, su dignidad,  su vida) con palabras, con trabajo colectivo, con humildad y bravura. Pensé en mis hijos, los crisálidos de Bosa y su sensibilidad y locura para guerrearse la vida día a día… 

Luego tuve una gran nostalgia de mis amigos y amigas que se “la juegan” por hacer que la vida sea más justa y buena para todos y todas, que salen vestidos de payasos armados de narices y ternura para tratar con risa lo que la violencia daña, o que pintan paredes de la ciudad para decir con grafitis lo que  los medios esconden, o que se inventan mil estrategias para conquistar el alma inquieta de sus alumnos, o que salen a las montañas a aprehender lo que los libros no guardan, o los que se internan en la selva felices para compartir con otros sus pequeños-grandes conocimientos… en fin…de repente quise escuchar sus historias y contagiarme de esa energía maravillosa que fluye entre todos ellos...

Luego entendí que es humano caerse, perderse, equivocarse, desesperarse y aunque quisiéramos caer parados como los gatos, siempre se cae cayéndose. Comprendí que hay que asumirlo, entender las cosas, sacudirse un poco, tener calma y empezar a solucionar con paciencia. 

Al final empecé a sentirme mejor… mañana sin dura, será otro día.


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