SPITZKOPF


No se posible borrar de cada uno las marcas y huellas de donde uno es. Yo por ejemplo nací en los Andes. De donde esas grandes montañas que recorren casi toda América del sur se dividen en tres y llegan casi a su fin. Nací y crecí en la cordillera Oriental. A dos mil seiscientos y cuarenta metros de altura. En el altiplano, en la hermosa sabana de Bogotá, donde la cordillera se muestra fuerte, impetuosa y calma desde cualquier rincón del que se le mire. Crecí contemplando esas montañas donde están entramados más de un millar de años de tradición, que construyó y aún construye el pueblo Muisca y los otros pueblos vecinos, que las caminaron, las escucharon y las cuidaron. Y en ellas se cimientan cientos de años de historia reciente desde cuando sus faldas vieron crecer grandes y pequeñas ciudades, abastecidas por sus ríos y amparadas por sus suelos fértiles. Crecí subiendo al cerro de cruz, el de la iglesia de la Valvanera en Chía, viendo despertar la sabana a mis pies, con sus intensos verdes y sus pequeñas vidas de pueblo sumergidas en rutinas de grandes ciudades. Soy de la montaña, soy andina y no hay manera de negarlo. 

Por ese motivo el Spitzkopf me tocó, me sacudió, me sedujo. Y es que después de pasar algunos meses al lado del mar, rodeada de pocos cerros de mediana altura, volver a la montaña es emocionante. Todos los que nacimos y vivimos en los Andes sabemos lo que es volver a la montaña, lo que es ver las cosas desde arriba y sentirse parte de la inmensidad que cabe en una sola mirada. 

El Spitzkopf es un cerro que queda en la encantadora ciudad de Blumenau, en el estado de Santa Catarina, al Sur de Brasil. Su nombre que significa cabeza puntiaguda, hace una perfecta descripción de su cumbre que está a 940 metros. Imagínense entonces la tarea de subir desde los aproximados 21 metros de altura de Blumenau hasta los casi mil, a través de una camino empedrado rodeado de flora de todos los tipos, caracterizada por ser una remanencia de la denominada Mata Atlántica, con árboles enormes de 20 y 30 metros, con bromelias, orquídeas y mil cosas más. Seis quilómetros de subida, ninguna casa, ningún habitante. El Spitzkopf es una reserva natural, por lo que las pocas personas transitan el camino son visitantes ocasionales con piernas de escaladores. La subida es bien tranquila, acompañada de una banda sonora fantástica a cargo de las pequeñas cachoeiras (cascadas) que salvaguardan el paso y de unos cientos de pájaros escándalos que básicamente son los dueños del lugar. 


Unos cuantos metros antes de llegar a la cima hay un misterioso bosque de pino, con unos árboles enormes medio enigmáticos, que parecen sacados de un cuento de gnomos y hadas. Y justo después de eso, subiendo unas cuantas piedras, esta esa cabeza puntiaguda que lo nombra. Fuerte, poderoso y cauto el Spitzcopf custodia todo el valle del rio Itajaí que le abrió paso a los 17 alemanes que hace un poco menos de 200 años llegaron en barco, para construir una ciudad en el sur de un nuevo continente. Por esta época del año en pleno invierno, las nubes y la neblina frecuentan el cerro haciéndolo un poco secreto, un poco cerrado,. Pacere que fuera necesario esperar con paciencia y entonar algunos rezos para que se abra y muestre sus valiosos tesoros.

Cuando el sol y el viento le ganan una que otra batalla a la neblina y al frio, el Spitzcopf  se abre, mostrando todo su esplendor. Por un lado grandes extensiones de pequeños cerros entapetados de verdes diversos y por otro el Itajaí circundado de sus ciudades: Blumenau, Gaspar y más allá donde los ojos humanos no ven , Indaial y Pomerode


¿Cómo no intentar imaginar lo que serían esos cerros antes de la llegada de los portugueses? ¿Cómo no soñar con conocer aquellos animales, plantas y personas que los recorrieron antes de ser lo que ahora son? ¿Cómo no mandar desde allí arriba saludos y abrazos a los seres queridos allá en los Andes? ¿Cómo no encomendar silenciosas plegarias a la montaña y al viento conjurando buenas energías para todo y todos?

Así entonces, el Sptizcopf con su majestuosidad y belleza me recordó que soy de la montaña y me recargó de bravura, brío y firmeza, para empezar mis vacaciones de la mejor manera.


Comentários

  1. Jaime A.11:52 AM

    Fantástico Laura! Después de leer tú blog dan muchas ganas de abandonar todo e irse a pasear y se internar en las montañas. Te recomiendo que visites la Sierra Catarinense (Urubici y los alrededores). Hace dos semanas estuve por ahí, y viendo esas montañas me sentí en Colombia. Ahora leyendo tu blog entiendo porque me fascinan esos paisajes.

    ResponderExcluir
  2. Hola Jaime, me alegra que pases por aquí, nada como un Bogotano viviendo al lado del mar para entender lo que es regresar a la montaña. Voy a incluir la Sierra Catarinense en mis próximos planes!!! Un abrazo

    ResponderExcluir

Postar um comentário

Postagens mais visitadas deste blog

La Butaca Mágica

พบกันที่เมืองไทย - Encontrarse en Tailandia

Privilegios