O bloco do sinal
Hay una encantadora locura
en Carnaval, es como si por cuatro días liberaran de prejuicios,
pesares, obligaciones y esquemas a todo el mundo, y le dieran vía
libre para salir a la calle a saltar, a gritar, a jugar, a
divertirse. Como cuando uno estaba en la escuela y sonaba la campana
para salir al recreo y uno tiraba todo: cuadernos, libros, maletas,
sacos, zapatos, y se lanzaba como loco al patio, a la cancha, a la
arenera, a la zona de juegos. El carnaval es eso, de repente suena un
pandero, una cuica, un pito, un tambor, y todo el mundo tira sus
pesares, sus problemas, sus angustias, deudas, esquemas y sale a la
calle, a jugar, a reírse, a bailar a gozarse la vida, sin cobrarse
nada, sin cargar nada, sin guardarse nada. Vale tomarse fotos con
todos, de todo, vale bailar solo en las esquinas, salir medio
desnudo, disfrazado, de incógnito. Vale gritar, reír, burlarse de
los demás, burlarse de uno mismo, vale sacar la lengua, cantar por
la ventana, gritar en el bus, reinventarse, remediarse, sentirse
otro, sentirse uno mismo. Y solo una regla de juego “todo vale,
pues es carnaval”.
Y no es O Samba Enredo
vibrando al unisono con el poder de la bateria de las escuelas de
samba, ni las garotas despampanantes revolando sobre sus saltos
enormes y con sus piernas y bundas perfectas, ni los blocos de rua
que salen por las calles con zancos, músicas, disfraces, sonidos y
muñecos, ni la desbordante belleza y magia de la avenida llena de
desfiles, las que le dan vida y alma al Carnaval. No, ¡definitivamente
no!. La esencia del carnaval fluye por entre la locura colectiva que
se disfraza, se inventa, se pinta, se burla, baila y se divierte en
cualquier esquina. Es esa fuerza, esa intensidad, esa pulsación
destellante que se nutre de la buena vibra de todos los que pisan las
calles de Rio en pleno Carnaval, la que lo hace único y apasionante.
¿Quieren pruebas?
Martes de Carnaval,
Lapa, esquina de la avenida Gomes Freire con la Rua Riachuelo, un
semáforo sobre una calle de un sólo sentido con dos carriles
pequeños, fin de la tarde en Rio de Janeiro. Por entre los edificios
antiguos con sus grandes ventanas y balcones se escapan algunos rayos
brillantes del sol que se esconde a lo lejos en algún lugar entre la
montañas y la playa. Todavía hay horario de verano y no es fácil
saber la hora, pero ¿a quién le importa?, aún hay tiempo para “curtir
mais um pouco o carnaval”. El semáforo se pone en verde, los
carros pasan despacio, camiones, motos, buses. De lado y lado de la
calle sobre el anden 30, 40, 50 personas, algunas disfrazadas, con
pelucas, sombreros, flores, colores. Sonrientes y expectantes, miran
la calle, miran los carros, miran el semáforo atentas. Antes de que
cambie la luz se lanza a la calle como un clavadista desde lo alto,
un mimo vestido de negro y pintado de blanco, agita las manos,
brinca, llama a todos pitando intermitentemente.
Cambia el semáforo,
paran los carros. La música que surge desde el bar Gargalo que queda
justo al frente, se vuelve más intensa, samba, axé, MPB,
un poco de todo bien animado. La gente se precipita a la cebra, ahí
al frente de los carros bajo el semáforo, se riegan, se desparraman
como las cosas embutidas en un mueble cuando la puerta se abre de
repente. Saltan, bailan gritan, sonríen, cantan, se estrellan, se
abrazan, se encuentran, ríen de nuevo, samban. Se toman la calle
como si les perteneciera profundamente, como si los carros la
hubieran secuestrado por mucho tiempo y por fin fuera liberada. La
música acelera, la energía retumba, todo casi que explota, y justo
ahí cambia el semáforo. La luz roja se pone verde, la gente se
recoge de nuevo, se guarda en los andenes, respira, comenta, ríe,
mira atenta. Los carros pasan despacio, buses, carros, camiones,
motos. La música disminuye, todo se calma por algunos minutos. Y de
repente la luz cambia de nuevo, el mimo se precipita, los carros
paran, la gente se lanza a la calle, y así pasan los minutos, las
horas y ahí en una calle cualquiera en Rio, en una esquina en Lapa,
en un semáforo, en una cebra, hierve el espíritu del Carnaval,
burbujea, ebulle, retumba, se siente, se contagia, se impregna, se
vive.
Esa es la esencia de
Carnaval, lo que lo alimenta, lo que le da sentido, no se necesita
dinero por montones, ni miles de plumas y brillantes de fantasía, ni
cuerpos fantásticos, ni samba no pé avanzado, ni famosos, ni
estrellas, ni altos tacones, ni cámaras, ni propagandas para armarse
un tremendo carnaval, apenas una calle, una esquina, un atardecer, un
semáforo, un poco de música, cientos de miles de sonrisas, ganas,
buena energía y una fantástica dosis de locura colectiva y listo,
felicidad al ritmo de un semáforo. Sin duda el mejor Bloco de
Carnaval, ¡¡¡O Bloco do Sinal!!!.
"...nada tiene sentido si no es compartido..."
ResponderExcluirSin duda!! Menos mal que ahí en medio del Bloco do Sinal, entre el fin de la tarde, se colaba por entre las personas el Sol, ese encendido de Rio, que me lo recordaba una y otra vez. Besote!
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